Cath
tenía una hora o así libre antes de irse
a Omaha, y no le apetecía quedarse en la habitación. Hacía el típico día
perfecto de Noviembre. Frío y húmedo, pero que no te congelabas, no helaba.
Sólo lo suficientemente fríos como para justificar que llevase sus prendas
favoritas, chaquetas, tejanos largos, y unos calentadores en los tobillos.
Ella
se planteó ir a la biblioteca Union a estudiar, pero prefirió dar una vuelta
por el pueblo de Lincoln. Cath casi nunca salía del campus; no había demasiadas
razones para hacerlo. Salir del campus era como cruzar la frontera. ¿Qué haría
si perdía su mochila, o si se perdía ella? Tendría que llamar al embajador…
Lincoln
parecía mucho más un pueblo que Omaha. Había cines y pequeñas tiendas
repartidas por el pueblo. Cath pasó por delante de un restaurante Tailandés, y
por delante del famoso Chipotle. Se paró a cotillear en una tienda de regalos,
y olió todos aceites aromáticos. Había un Starbucks cruzando la acera. Se
preguntó si era el de Levi, y, un minuto después, cruzaba la calle.
Por
dentro era exactamente igual que el resto de Starbucks en los que ella había
estado. Quizás con algunos consejos profesionales más. Y con Levi moviéndose
por detrás de la barra, sonriendo por algo que alguien estaba diciendo en su
cabeza.
Levi
llevaba una camisa negra sobre una camiseta blanca. Parecía como si acabara de
cortarse el pelo, más corto por atrás, pero aún en punta y cubriendo su frente.
Gritó fuerte el nombre de alguien, y le tendió la bebida a un señor que parecía
un profesor de violín retirado. Levi se paró a hablar con el señor. Porque era
Levi, y era una necesidad biológica para él.
-
¿Estás en la cola? – le preguntó una señora a Cath.
-
No, pase. – Pero después Cath decidió que quizás ella también debería ponerse
en la cola. No es que hubiera venido a observar a Levi en la selva. No sabía
qué estaba haciendo aquí.
-
¿Puedo ayudarte? – preguntó el chico de la caja registradora.
-
No, no puedes – dijo Levi, empujando al chico a la otra caja. – Yo me encargo
de ella – Él sonrió en la dirección de ella – Cather.
-
Hola – dijo Cath, poniendo los ojos en blanco. Ella pensaba que él no la había
visto.
-
Mírate. Toda abrigada. ¿Qué es eso, jerséis de piernas?
-
Son calentadores de piernas.
-
Llevas por lo menos cuatro tipos diferentes de abrigos.
-
Esto es una bufanda.
-
Te ves acalorada y sudada.
-
Vale, lo pillo – dijo ella.
-
¿Has venido solo a decir hola?
-
No – dijo ella. Él frunció el ceño. Ella puso los ojos en blanco, otra vez – He
venido para beber café.
-
¿Qué café quieres?
-
Café solo, grande.
-
Hace frío fuera. Déjame traerte algo bueno.
Cath
se encogió de hombros. Levi cogió una taza y empezó a ponerle sirope por
dentro. Ella se esperó en la parte de pedidos, al lado de la máquina.
-
¿Qué haces esta noche? – preguntó él – Deberías venir con nosotros. Creo que
vamos a hacer una fogata. Reagan viene.
-
Me voy a casa – dijo ella – a Omaha.
-
¿Sí? – Levi la miró sonriente. La máquina hizo un ruido irritante. – Tus pares
deben estar felices de eso.
Cath
volvió a encogerse de hombros. Levi cubrió el café con una capa de crema
batida. Sus manos eran largas, y más delgadas que el resto de él, un poco
huesudas, con unas uñas cortas y cuadradas.
-
Que tengas un buen fin de semana – dijo él, dándole la bebida.
-
No he pagado todavía. – dijo ella. Levi levantó sus manos.
-
Por favor, me insultas.
-
¿Qué es esto? – ella tumbó ligeramente el vaso para ver lo que había dentro.
-
Mi propia creación, Pumpkin Mocha Breve, con poco Mocha. No intentes pedírselo
a nadie más, nunca estaría tan bueno.
-
Gracias – dijo Cath. Él sonrió otra vez. Ella tomó un paso hacia atrás, hacia
la puerta – Adiós – dijo ella. Levi se movió para atender a la siguiente
persona, sonriendo tan ampliamente como siempre.
La
que llevó a Cath a Omaha era una chica llamada Erin, que había puesto una nota
en el baño diciendo que bajaba este fin de semana a Omaha. De lo único de lo
que hablaba era e su novio, que aún vivía en Omaha, que probablemente le ponía
los cuernos. Cath no podía esperar a estar en casa.
Sintió
una ola de optimismo correr por su cuerpo cuando vio que alguien había cortado
el césped de la entrada de casa. Alguien que podía quedarse despierto toda la
noche haciendo montañas de puré de patatas, pero que de vez en cuando tenía la
cabeza suficientemente lúcida como para cortar el césped.
No
era que su padre fuera a hacer eso, lo de las montañas de puré de patatas. No
era su estilo, en absoluto.
Una
barra de incendios des del ático. Viajes con la excusa “O ahora o nunca”.
Quedarse despierto 3 noches porque había descubierto un maratón de Batalla interestelar en Netflix… Ese era
el estilo de su locura.
-
¿Papá?
La
casa estaba oscura. Debería estar en casa. Dijo que volvería pronto del
trabajo.
-
Cath – él estaba en la cocina. Ella corrió hacia él para abrazarle. Él le
devolvió el abrazo como él lo necesitaba. Cuando ella se apartó, él sonrió. Con
los ojos rojos, y todo.
-
Esto está oscuro – sijo ella. Su padre miró la habitación como si acabara de
entrar ahí.
-
Tienes razón – Él caminó por toda la primera planta, encendiendo luces. Cuando
empezó con las lámparas de pie, Cath las apagó detrás de él. – Yo sólo estaba
trabajando en algo… – dijo él.
-
¿Para el trabajo?
-
Para el trabajo – aceptó él, encendiendo inconscientemente una lámpara que ella
acababa de apagar. – ¿Qué te parecen los Gravioli?
-
Me gustan, ¿es lo que hay hoy para cenar?
-
No, es mi nuevo cliente.
-
¿Tenéis la marca Gravioli?
-
Aún no. Está pendiente. ¿Qué te parece?
-
¿Los Gravioli?
-
Sí… – Él presionó los dedos de su mano izquierda contra la palma de su mano.
-
Me gusta la salsa y, uhm… ¿Los raviolis?
-
¿Y te hace sentir…?
-
Llena.
-
Eso es terrible, Cath.
-
Uhm… ¿Feliz? ¿Indulgente? ¿Confortada? ¿Doblemente confortada porque estoy
comiendo dos comidas confortantes en un solo plato?
-
Quizás… – dijo él.
-
Me hace preguntarme qué más quedaría bien con esta salsa.
-
¡Ja! – dijo él – Posible.
Él
empezó a alejarse, y ella supo que estaba buscando su libreta de esbozos.
-
¿Qué vamos a cenar? – preguntó Cath.
-
Lo que quieras – dijo él. Después se paró, y se giró para mirarla, como si
acabara de recordar algo. – No. Día de tacos. ¿Día de tacos?
-
Vale. Conduzco yo. Hace meces que no conduzco. ¿A qué puesto vamos? Vayamos a
todos.
-
Hay por lo menos 7 puestos de tacos, en un radio de dos kilómetros.
-
Pues venga – dijo ella – quiero estar comiendo burritos des de ahora hasta el
domingo por la mañana.
Comieron
sus respectivos burritos y vieron la tele. Su padre estaba garabateando esbozos
en su libreta, y Cath estaba en el ordenador. Wren debería estar aquí con su
portátil, también, mandándole mensajes instantáneos en vez de hablar
Cath
decidió mandarle un e-mail.
“Ojalá estuvieras aquí. Se ve bien a papá.
Creo que no ha lavado los platos des de que nos fuimos. Bueno, creo que no ha
utilizado ningún plato, aparte de vasos, desde que nos fuimos. Pero está
trabajando. Y no se ha roto nada. Y sus ojos están en su puesto, ¿me entiendes?
Da igual. Nos vemos, el lunes.
Vigila. Intenta que
nadie te engañe con cloroformo.”
Cath
se fue a la cama a la una. Volvió a bajar a las 3 para asegurarse que la puerta
principal estaba cerrada con llave; hacía eso a veces, cuando no podía dormir,
cuando nada se sentía suficientemente bien o en su sitio.
Su
padre había llenado el salón de papeles con titulares o esbozos. Él estaba
dando tumbos por ahí, como si estuviera buscando algo.
-
¿A la cama? – dijo ella.
A
sus ojos les costó un tiempo encontrarla.
-
A la cama. – dijo él, sonriendo gentilmente.
Cuando
ella bajó a las 5, él estaba en su habitación. Ella pudo oírle roncar.
Su
padre ya se había ido cuando ella bajó por la mañana. Cath decidió hacer
limpieza general. Los papeles en el salón estaban separados en secciones.
“Cestos” lo llamaba él. Estaban pegados a la pared y a las ventanas. Algunos
papeles estaban rotos en trocitos por el suelo. Cath miró por encima de todas
las ideas, y cogió un boli verde para dibujar una estrellita en sus favoritas.
Cath era verde, Wren era roja.
Verlo
todo caótico pero, aun así, ordenador por categorías, hizo que ella se sintiera
mejor.
Su
padre era un poco maniático. Sus pocas manías pagaban las facturas, le despertaba
por las mañanas, y le daba esa magia especial que tenía su padre, siempre que
él la necesitaba.
Cath
miró en la cocina. La nevera estaba vacía. El congelador lleno de comida del
Comidas Sanas, y de trozos de pastel del Mari Callender’s. Ella llenó el
lavaplatos de vasos cucharitas y tazas de café sucios.
El
baño estaba bien. Cath miró dentro de la habitación de su padre, y cogió más
vasos. Había papeles por todas partes, y
ni siquiera estaban apilados. Montones de cartas, la mayoría sin abrir, siquiera.
Ella supuso que su padre lo escondió todo en su habitación antes de que ella
llegara. No tocó nada, excepto los vasos.
Después
puso en el microondas uno de los potes de Comidas Sanas, lo comió sobre el
fregadero, y decidió volver a la cama.
Su
cama en casa era mucho más suave de lo que ella recordaba. Y sus almohadas
olían muy bien. Y ella había echado de menos todos los posters de Simon y Baz.
Había un enorme recorte de Baz a tamaño real, dejando al descubierto sus
colmillos y sonriendo, colgando de la parte superior de su cama. Se preguntó si
Reagan lo toleraría en su habitación. Quizás dentro del armario de Cath.
Ella
y su padre hicieron cada una de las comidas de ese fin de semana en un puesto
de tacos diferente. Cath tomó carnitas
y barbacoa, al pastor e incluso lengua.
Ella lo comía todo empapado en salsa verde de tomatillo.
Su
padre trabajaba. Así que Cath trabajaba con él, escribiendo más palabras de Carry on de las que había escrito en
semanas. El sábado por la noche, ella aún estaba despierta a la una de la
madrugada, pero se fue a la cama de manera exagerada, de modo que su padre se
fuera también.
Después
se quedó despierta una o dos horas más, escribiendo.
Se
sentía bien estar escribiendo en su propia habitación, en su propia cama.
Perderse en el Mundo de Mages, y no intentar encontrarse. No escuchar ninguna
voz en su cabeza, a parte de las de Simon y Baz. Ni siquiera la suya. Esta era la razón por la que Cath escribía la
fanfic. Por estas horas en las que ese mundo suplantaba el mundo real. Cuando
ella podía sumergirse en los sentimientos de ellos como en una ola.
Cuando
llegó la noche del domingo, toda la casa estaba cubierta de papeles con
bocetos, y de envoltorios de burrito. Cath preparó otro lavaplatos lleno de
vasos, y tiró toda la basura.
Se
suponía que tenía que encontrarse con su acompañante en la parte Oeste de
Omaha. Su padre la estaba esperando al lado de la puerta para llevarla,
haciendo sonar las llaves del coche en su bolsillo.
Cath
intentó quedarse con esta imagen de él para tranquilizarse después. Él tenía el
pelo castaño claro, del mismo color que el de Cath y Wren. Lo tenía igual que
ellas, grueso y liso. Tenía una nariz redonda, un poco más larga y ancha que
las suyas. Y los ojos eran de todos y de ningún color, como los de ellas. Es
como si él las hubiera tenido sólo. Como si los tres se hubieran copiado el
mismo ADN.
Sería
una foto mucho más tranquilizadora si él no pareciera tan triste. Sus llaves
estaban golpeando su pierna muy fuerte.
-
Estoy lista – dijo ella.
-
Cath… – el tono de su voz hizo que el corazón de ella se hundiera – Siéntate,
por favor. Hay algo que tengo que contarte. Es rápido.
-
¿Por qué me tengo que sentar? No quiero tener que sentarme.
-
Sólo… – él señaló hacia la mesa del comedor – Por favor.
Cath
se sentó sobre la mesa, intentando no aplastar ningún papel y desordenarlo
todo.
-
No quería guardarme esto… – dijo él.
-
Sólo… Dilo – dijo Cath – Me estás poniendo nerviosa. – Mucho peor que nerviosa,
su estómago había subido hasta su tráquea.
-
He estado hablando con tu madre.
-
¿Qué? – Cath se habría sorprendido menos si le hubiera dicho que había hablado
con un fantasma. O con el Yeti. – ¿Por qué? ¿Qué?
-
No hemos hablado de nosotros– dijo rápidamente, como si supiera que la idea de
ellos dos volviendo a estar juntos era una perspectiva horrorosa – Sobre ti.
-
¿Sobre mí?
-
Tú y Wren.
-
Para – dijo ella – No le hables a ella sobre nosotras.
-
Cath… Es tu madre.
-
No lo parece.
-
Escucha, Cath, ni siquiera sabes qué te voy a decir. – Cath había empezado a llorar.
-
Me da igual lo que me vayas a decir. – Su padre decidió que lo mejor sería
seguir hablando.
-
Le gustaría veros. Le gustaría conoceros un poco mejor.
-
No.
-
Cariño, ha pasado por mucho.
-
No – dijo Cath – No ha pasado por nada – Era verdad. La madre de Cath nunca
había estado ahí – ¿Por qué estamos hablando de ella?
Cath
podía oír las llaves de su padre sonar en su bolsillo otra vez, golpeando la
parte de debajo de la mesa. Ellos necesitaban a Wren ahora mismo. Wren no se
ponía nerviosa. Ni lloraba. Wren no dejaría que él siguiera hablando sobre
esto.
-
Es vuestra madre – dijo él – Y creo que deberíais darle una oportunidad.
-
Se la dimos. Al nacer. No quiero hablar más de esto – Cath se levantó demasiado
rápido, y uno de los montones de papeles se derrumbó.
-
Quizás podemos hablar de esto el Día de Acción de Gracias. – dijo él.
-
Quizás podemos no hablar de esto del Día de Acción de Gracias, de modo que no
arruinemos ese día. ¿Se lo dirás a Wren?
-
Ya se lo dije. Le mandé un e-mail.
-
¿Y qué dijo?
-
No mucho, que ya se lo pensaría.
-
Bueno, yo no voy a pensármelo – dijo Cath – Ni siquiera puedo pensar sobre
esto.
Se
levantó de la mesa y empezó a recoger sus cosas, necesitaba algo con lo que
mantener sus manos ocupadas. No debería haberles hablado de esto en separado.
No debería haberles hablado de esto, en absoluto.
El
viaje a la parte este de Omaha con su padre fue miserable. Y el viaje de vuelta
a Lincoln fue aún peor.
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Vale, perdonad por tardar tanto en colgar algo nuevo. Estoy estudiando para las recuperaciones y casi no tengo tiempo de traducir. La semana que viene no voy a pode colgar porque son las fiestas de mi pueblo y bueno, voy a estar fuera todo el día. Intentaré colgar dos capítulos de aquí dos semanas. Comentad qué os parece la historia! ¿Qué pasará con la madre de Cath? Os quiero :3